El poder de una aguja: cómo coser y bordar ayudan a la mente en tiempos acelerados
El poder de una aguja: cómo coser y bordar ayudan a la mente en tiempos acelerados

El poder de una aguja: cómo coser y bordar ayudan a la mente en tiempos acelerados

En un mundo donde todo corre deprisa, el bordado se ha convertido en un pequeño acto de resistencia. Una práctica lenta, precisa y contemplativa que, puntada a puntada, invita a la mente a respirar.

Y no es casualidad: en los momentos más inciertos de la pandemia, cuando el tiempo parecía detenido, un grupo de personas decidió bordar neuronas. Así nació el Cajal Embroidery Project, una iniciativa inspirada en los dibujos del neuroanatomista Santiago Ramón y Cajal que une arte, ciencia y bienestar mental.

La propuesta, creada para conmemorar el centenario del Instituto Cajal de Madrid, iba a presentarse en el Congreso de la Federación de Sociedades Europeas de Neurociencias en Glasgow. Pero el confinamiento lo transformó en un proyecto colectivo a distancia. Para muchas personas, bordar neuronas se convirtió en una forma de apoyo emocional: un espacio para detener la mente y conectar con el propio cuerpo.

“Conectar con las manos permite que la mente se despeje”, contó una de las participantes.

Y no es solo una sensación. Cajal ya intuía que “todo ser humano puede ser escultor de su propio cerebro”.

Trabajos como coser o bordar activan áreas motoras, sensoriales, visuales y del lenguaje; favorecen la coordinación, la atención sostenida y la memoria de patrones.

Es un entrenamiento mental que transforma tanto como calma.

El bordado para reparar

Desde el psicoanálisis también se reconoce este poder. Freud describía el duelo como un trabajo repetitivo, casi artesanal. Su hija Anna tejía mientras escuchaba a sus pacientes para lograr una atención más libre.

En la mitología, Penélope tejía y destejía el sudario de Laertes como acto de resistencia y espera.

En todos los casos, trabajar con las manos no es solo crear, sino elaborar lo que sentimos.

En la historia reciente, el bordado también fue un lenguaje político. En Chile, durante la dictadura de Pinochet, las arpilleristas usaron la costura doméstica para narrar desapariciones, injusticias y memorias dolorosas. “Queríamos expresar nuestro dolor, pero también transmitir un mensaje de resistencia”, dijo Violeta Morales, madre de un joven desaparecido.

Cada puntada fue un acto de resiliencia y denuncia.

El tiempo que cura

En tiempos turbulentos, bordar permite crear una “otra temporalidad”: una pausa que no compite con el reloj.

El sociólogo Richard Sennett, especialista en artesanía, lo explica como un “pensamiento encarnado”: la mano dialoga con los materiales y genera un conocimiento profundo, casi meditativo.

Incluso Kant lo anticipó cuando dijo que “la mano es la ventana del alma”.

En un mundo acelerado, prácticas como el bordado no solo conectan neuronas: conectan historias, emociones y memorias.

Nos recuerdan que, a veces, la salida está en frenar, tomar aguja e hilo, y dejar que las manos también piensen.

Con información de El País.

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