En una habitación de su casa en Banfield, al sur del conurbano bonaerense, miles de envoltorios descansan ordenados en repisas. No son simples papeles de colores: son recuerdos intactos de otra época. Allí vive la historia de Claudio “Chicle” Mañas, un coleccionista que, a sus 48 años, resguarda la mayor colección de golosinas del país, con alrededor de 18 mil piezas de los años 80.
“Soy el mayor coleccionista de dulces y golosinas de esa década”, dice con orgullo.
Para él, cada envoltorio es una cápsula del tiempo. Mientras otros eligen deportes o hobbies más tradicionales, Claudio encontró su pasión en conservar pequeños fragmentos de la infancia.
“A mí me gusta coleccionar, eso le da sentido a mi día a día”, asegura.
La historia de Claudio “Chicle” Mañas
Todo comenzó cuando tenía unos 10 años y guardaba sus primeros envoltorios en un cajón debajo de la cama.
Con el tiempo, ese juego se volvió una misión.
La influencia familiar fue clave, especialmente su abuelo, quien le transmitió el gusto por guardar objetos. A eso se sumaron largas charlas con kiosqueros y almaceneros del barrio, de donde rescató botellas, papeles y envoltorios que otros descartaban.
Entre las piezas más queridas recuerda el chocolate New Choc de finales de los 80, que incluía figuritas brillantes.
“Era diversión pura”, cuenta, y confiesa que todavía hoy le despierta la misma emoción.
La colección incluye alfajores, chocolates, caramelos y chupetines, algunos incluso conservados en una heladera.
Más allá de su valor económico que, según afirma, podría equivaler al de una casa, lo que más pesa es lo emocional.
“Tenés algo en la mano que viste cuando eras chico y te emociona”, dice.
Claudio sabe que coleccionar también tiene su lado exigente. Requiere tiempo, atención constante y hasta cierta ansiedad.
Por eso, su consejo es claro: “Coleccionen con sentimiento. No es para ser feliz, es para recordar quién fuiste”.
Para él, cada envoltorio guarda algo más que azúcar y colores: conserva una infancia que sigue viva.
Con información de Infobae.
