En 1911 la Mona Lisa desapareció del Louvre durante más de dos años. El retrato de Leonardo da Vinci fue sustraído el 21 de agosto y recuperado recién el 10 de diciembre de 1913.
El ladrón, Vincenzo Peruggia, antiguo trabajador del museo, aprovechó su conocimiento del edificio y de la seguridad para extraer la pintura sin levantar sospechas inmediatas. El hecho sorprendió a las autoridades y al público, generando titulares en todo el mundo.
El inicio de la leyenda
Antes del robo, la Mona Lisa no era la pieza más reconocida del Louvre. El hurto la transformó en un fenómeno cultural. La sala vacía atrajo multitudes que acudían únicamente a contemplar el espacio donde había estado colgada. La ausencia provocó un efecto multiplicador en la curiosidad del público y en la atención mediática.
Impacto mediático inédito
Durante esos años, la imagen de la pintura circuló en portadas, revistas y productos de consumo masivo. El rostro enigmático de la modelo se convirtió en un emblema cultural comparable a las celebridades del cine naciente. La fama de la obra no se debió únicamente a su valor artístico, sino al relato de su desaparición.
Motivaciones y mitos
Peruggia declaró que actuó por patriotismo, convencido de que el cuadro había sido robado a Italia por Napoleón. La versión oficial desmintió su argumento al recordar que Francisco I lo había adquirido en el siglo XVI.
Otras teorías lo vinculan con intentos de venta en el mercado clandestino y con la presión de coleccionistas privados, aunque nunca se comprobó.
Tras su regreso, la pintura reforzó su condición de obra más visitada del planeta. Hoy, más de 30 mil personas al día se detienen frente a ella, confirmando que un robo planificado por un solo hombre fue suficiente para cambiar la historia del arte y del turismo mundial.
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