En 1824 Joseph Nicéphore Niépce logró fijar las primeras imágenes fotográficas mediante heliografía. El proceso utilizó placas de peltre recubiertas con betún de Judea, expuestas a la luz durante horas. Ese hallazgo marcó un antes y un después en la manera en que la humanidad se relaciona con la memoria visual.
La cámara oscura permitió proyectar una vista desde su ventana, conocida como “Vista desde la ventana en Le Gras”. La imagen necesitó ocho horas de exposición, lo que impidió registrar movimiento. Aun con esa limitación, se convirtió en el primer registro permanente de la realidad.
El salto hacia la difusión pública
Cinco años más tarde, Niépce firmó un acuerdo con Louis Daguerre. Tras la muerte del inventor francés, Daguerre perfeccionó la técnica y presentó el daguerrotipo en 1839. La innovación redujo tiempos de exposición y facilitó que el nuevo medio se difundiera entre el público, transformando la manera de retratar rostros y escenas cotidianas.
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Impacto cultural y social
La fotografía pasó de ser un experimento científico a un fenómeno cultural. Museos, periódicos y familias comenzaron a utilizarla como testimonio y recuerdo. Su capacidad para documentar la realidad la convirtió en herramienta de investigación, registro histórico y expresión artística.
Un legado en constante evolución
A dos siglos de aquel clic inicial, se estima que cada día se toman más de 1,800 millones de fotografías en el mundo según datos de InfoTrends. Esa cifra refleja la magnitud de un invento que nació en un laboratorio francés y hoy define cómo compartimos experiencias, emociones e identidades.